lunes, 10 de marzo de 2014

Trato con pacientes

- Creo que me he pasado - decía mientras retiraba  el ejercicio de delante del paciente. Me habia vuelto a equivocar. Era demasiado difícil para el pobre paciente, que me miraba con una mezcla de compasión (sabiendo del poco tiempo que llevaba en esto) y de frustración (el ejercicio que facilmente podia haber hecho antes de su ictus, ahora le era imposible). Decidí cambiar a algo más fácil.

Tras varios minutos, me di cuenta de que me había quedado corto. Ahora cada uno de los ejercicios era reaizado con pasmosa facilidad, casi sin suponer esfuerzo.

- Vale, ahora me he quedado corto-. Dije. El volvió a sonreir. AL menos no estaba frustrado, pero estos últimos 10 minutos no habían servido de mucho para avanzar en su tratamiento.

La persona que está delante.

     Cuando tratamos con un paciente con sus funciones cognitivas dañadas, tratamos con una persona que seguramente habrá sufrido. Mucho. Fuera cual fuera la causa, es persona no está como estaba anteriormente al daño que produjo ese déficit. Y en la mayoría de los casos es consciente. Eso evidentemente afectará a su estado de ánimo. Por lo menos, según mi experiencia, podrìamos hablar de tres tipos de situaciones.

     En el primero de los casos, nos podemos encontrar con una persona que no asume su estado y se sume dentro de la depresión.  Este tipo de personas se pueden mostrar apáticas, irritables y es difícil tratar con ellas. Tanto para los profesionales como para su propia familia. El trato es complicado, porque en muchos casos, la percepción del tratamiento que se esta llevando a cabo es como un trámite inútil. "Que no va a servir para nada".

No es fácil reponerse anímicamente de un daño cerebral que deja secuelas.

     Hay que tener en cuenta que está apatía o irritabilidad puede ser debida al propio daño cerebral, puesto que la lesión de una prefrontal cingular puede provocar este cambio en la conducta, pero de forma generalizada. Constatado que no es el caso, este tipo de personas necesitan mucho apoyo, más allá de la terapia. Las veces que he tratado con gente en estados depresivos unidos a daño cerebral, he notado que por muy buenas intenciones que tuviera, y por mucho que tratara de saltarme ese estado, me era imposible. En muchos casos, la ayuda de un psicólogo clinico puede ser útil.

     El segundo estado es el más curioso. Mientras que algunas personas se sumen en la depresión cuando presentan un daño cerebral, otras muestra un optimismo desmesurado. A veces, encuentro personas con lesiones más severas con mejor estado de ánimo que personas con lesiones más leves. Con este tipo de pacientes, el trabajo es mucho más "fácil", en el sentido de que el terapeuta recibe feedback, se ve la implicación y cada nuevo avance, por pequeño que sea, se toma como un logro para celebrar.

      Por último, en los tres estados que distingo, está el más dificil. La Anosognosia. Aquella persona que no es consciente, o que no acepta que tiene un problema, y que por tanto, pasa más tiempo evitando el tratamiento y luchando contra el terapeuta que implicándose en el mismo. En los casos donde he trabajado, de daño frontal, la persona era capaz de encontrar cualquier clase de argumento para deslegitimar el tratamiento y al terapeuta. En estos casos, para mí, es de fundamental la implicación de la familia para guiarle, la confianza en el terapeuta.

La anosognosia es una barrera que impide que la persona vea la realidad. No le llega la información de su propia enfermedad. 

       Sea como sea el estado en el que se encuentra (repito, hay seguramente más, mezclas o incluso variaciones, ya que nada es estático), esto afecta a la forma de afrontar el tratamiento, y por supuesto, afecta a la familia. 

La familia que está detrás

      Suelo ser mucho de hablar de las familias. Mi formación no va dirigida ni al apoyo social, ni al apoyo psicológico clínico, pero se de la importancia de este. Lo suelo ver cuando veo a esos familiares, y cuando noto sus muestras de afecto hacia los terapeutas. En muchos casos, nos toman como su esperanza para que todo se solucione. 

     Cuando nosotros vemos un paciente deprimido, o con baja tolerancia a la frustración en la consulta, hemos de pensar que ese mismo estado está en su hogar. Que la familia, al margen del sufrimiento derivado por ver a su ser querido con dificultades, suele recibir toda esa irritabilidad, suele ser el foco de toda esa tensión. No digo que sea así en todos los casos, pero en muchos pasa. Al menos eso me percibo yo.

     Intentar trabajar en casa con los pacientes (con sus familiares) conlleva muchas veces enfrentarse a esa desidia, a ese desánimo, y evidentemente, dejarse contagiar por él. Esa irritabilidad también está ahí. En general los familiares se esfuerzan en encontrar las formas de ayudar en lo más posible los pacientes, en buscar la forma de potenciar lo que se hace en la consulta (en muchos casos, no hay dinero suficiente para recibir más estimulación de profesionales), y ello supone enfrentarse a la frustración que hemos visto en el ejemplo inicial de este post, sin las armas o recursos de los profesionales. Y eso quema.

       De ahí que refiera la necesidad de un psicólogo clínico. El cambio es tremendo, la dedicación a la persona afectada consume tiempo, esfuerzos y en algunos casos, hay que ver como no se recibe el agradecimiento adecuado. El camino es largo (vaya si lo es). Y eso también se transmite al terapeuta, evidentemente, toda esa tensión sigue pasándose de uno a otro si no se trata.

El terapeuta 

   Dependiendo del tipo de persona que tengamos delante podemos exigir más o menos. A mi, personalmente, me cuesta no tratar de subir el ánimo constantemente, dar esperanzas de que todo va a salir bien. Y eso no es siempre correcto. Lo primero, es no dar más esperanzas de las reales. Ser cauto. Puesto que lo que a corto plazo sirve para animar, a medio y largo plazo puede ser fuente de estres ("esto no es como nos decías al principio"). Es evidente que hay que saber regular esto.

       En segundo lugar, saber el estado anímico de nuestro paciente es importante para graduar que podemos pedirle. Esta claro que aquellas tareas que realizamos no pueden ser extremadamente fáciles, pero tampoco podemos ponernos en el polo contrario. La frustración continuada es contraproducente. El paciente puede perfectamente abandonar el trabajo, y transmitir esta frustración a su entorno familiar (la cual muy posiblemente, nos será devuelta).

           Por estos motivos, muchas veces al tratar con un paciente es más interesante comparar el "como estaba" con el "cómo está ahora", que hablar de predicciones futuras. Evidentemente, si se hace tratamiento es porque se espera una mejora, pero los tiempos que nosotros consideremos necesarios pueden no coincidir con el tiempo que el paciente y familia desean (por eso de querer mejorar de un día para otro). 

         La clave, por tanto, está no sólo en saber cuál es el grado aproximado de dificultad (sin pasarse, pero sin quedarse corto), sino también tener la suficiente mano izquierda como para saber que hay días que el estado de animo nos va a mover este punto medio de dificultad. Algo que también debemos saber transmitir a los familiares, que están ante su primer caso de estimulación/rehabilitación (y sin un postgrado, ojo) con variables emocionales de por medio. No son fáciles las relaciones que surgen dentro de este triángulo (paciente-familia-terapeuta), pero si creo que nosotros (los neuropsicólogos) tenemos un importante papel que desahogo, tanto para unos (paciente) como para otros (familia). Aunque sea solo escuchando. Un saludo.


         
   

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