lunes, 25 de diciembre de 2017

La ciencia también es de ellas

Universidad de Sevilla. Aula de grados. Justo un año antes, en ese mismo aula yo había presentado mi tesis doctoral. Recuerdo que yo la presenté de pie, eligiendo mentalmente 4 baldosas como límite para moverme, y evitar así acabar paseándome por toda la sala como si se tratara de un concierto. Pero la doctoranda que defendía la tesis ese día lo hacía sentada. Con la calma de quien domina absolutamente el tema que presenta.

El tribunal estaba compuesto por tres mujeres y dos hombres. De las tres mujeres, a dos de ellas las conocía, y me constaba que son grandes investigadoras. Curiosamente, también conocía a los dos hombres que formaban parte del tribunal, uno de ellos, el gran Gabriel Ruíz, del que ya he hablado en este blog, profesor de historia de la psicología. Todos ellos miraban absortos el discurso de la doctoranda, regio, sintético. Una historia hilvanada de muchos años de investigación, en los que yo por suerte había estado presente (aún puedo oler el aroma a almendra que usamos para condicionar a nuestras ratas). No en vano, en algunas de las investigaciones que componían esa tesis, yo había participado. Fue una delicia. Pero más delicioso fue el momento en el que se levantaron los directores de la tesis doctoral para hablar de la doctoranda.

- Creo, y ella lo sabe - dijo uno de los directores, Juan Carlos López, que había desatado las risas del gran grupo de asistentes, cuando se le cayó al suelo el móvil tras levantarse - que después de esto sabe que está lista para dirigir su propio laboratorio -. No se si la doctoranda tuvo algún acceso de lágrimas, yo estuve a punto de soltarlas. El segundo directores de la tesis era otro grande, Gonzalo de la Casa, al que yo siempre defino como "el hombre que me permitió hacer ciencia". 

- Recuerdo que ella me preguntó en un congreso "¿Cómo logras juntar tantas ideas que parecen dispersas?" - decía Gonzalo, mientras parecía perder la vista en el horizonte, recordando alguno de los primeros congresos de la SEPC a los que asistimos - Bueno... ya lo sabes, lo acabas de hacer con esta tesis - terminó de decir. Se notó el impacto en la doctoranda de ese comentario, incluso me atrevería a decir que de todos los asistentes, pues yo estaba en primera fila y no podía verles. Era ese momento en el que los directores dicen las virtudes del doctorando. Yo no tuve esa suerte en mi día, pero si sentí esto como un pequeño logro, pues está doctoranda había crecido junto a mi.

Es 2017. No tiene más trascendencia. Pero, entonces, recordé una clase de historia de la psicología impartida por otra gran profesora de historia, Natividad Sánchez. Recordé como un día nos expuso lo difícil que fue para las mujeres el llegar a ser reconocidas en el mundo científico, a que se las permitiera participar, a que se les reconociera el mérito. Era impensable una mujer haciendo un doctorado. Supongo que, nos abrió los ojos a una realidad que se olvida. Lo difícil que era (y aún a veces es) ser mujer en la ciencia, y más concretamente, en la psicología.

Si investiga, tiene que ser un hombre

Hay un sesgo muy curioso en ciencia. Cuando cogemos un articulo científico, siempre tenemos los apellidos de los autores. Y casi siempre damos por hecho que son hombres. Suele ser frecuente oir la frase de "Anda, no sabía que era una mujer". Un sesgo como digo, pero que dice mucho de como se percibe a la mujer en la ciencia. Existen muchas grandes investigadoras, pero a veces se nos olvida.

Algo parecido le pasó a la primera protagonista de esta historia. Christine Ladd Franklin. Nacida en el año 1847, nuestra protagonista mostró un gran interés por estudiar. De hecho, comenzó a estudiar matemáticas, aunque por temas económicos, tuvo que dejar esos estudios. Eso no impidió que publicara en problemas matemáticos en una revista. Y por casualidad, fue descubierta por un gran matemático, James Joseph Sylberster. 

Crhistine Ladd, mujer pionera en la psicología.

Este matemático, aconsejó a la Ladd Franklin que solicitara el ingreso en la universidad Johns Hopkins. Y así lo hizo, firmando como C. Ladd, fue aceptada dado el currículum que tenía, sin embargo, nadie se esperaba que C. Ladd, fuera una mujer. Cuando se presentó, se denegó su acceso a la Universidad. Era impensable que una mujer fuera admitida por la Universidad. Aún asi, se le permitió asistir a las clases de Sylbester, aunque de oyente, y sin ningún papel oficial que lo atestiguara, por miedo a que otras mujeres pensaran que podían acceder a la universidad. Estoy hablando de poco mas de 100 años. 

Sylbester descubrió el potencial de Christine Ladd, y no dudó en animarla a seguir sus estudios, algo raro tal y como se consideraba a las mujeres en esa época.

Reunió todos los requisitos para obtener el doctorado por la Universidad J. Hopkins, pero este no se le dio hasta casi 40 años después. Durante ese tiempo conoció a Von Helmholtz, que también influyó sobre su carrera, llegando a desarrollar una teoría propia de la percepción del color. Experta en áreas como la matemática, lógica y psicología, fue de las primeras mujeres en lograr entrar en la APA. No es de extrañar que su futura hija fuera una de las pioneras en lograr el sufragio universal.


Una doctora sin doctorado

Si difícil parece la historia de Christine Ladd, más complicada es aun la de Mary Whiton Calkins (me hace gracia que cuando pienso en este nombre, siempre es con la voz de Natividad, la profesora que me habló de ella por primera vez). Nació el 1863, por lo que se enfrentó a todos los prejuicios que sobre las mujeres había a finales del siglo XIX. En esa época ya existían un College de mujeres, Wellesley, ya que las grandes universidades se negaban a contratar o dejar estudiar a mujeres. Fue en este College donde salió una plaza de profesora de psicología experimental en 1890, pero para ello necesitaba una formación en psicología que solo podía adquirir en Harvard o Clark , ya que tenían sus propios laboratorios de psicología experimental.

La señora Whiton Calkins, que sin duda era una inteligencia privilegiada de su época. Y su época no estaba preparada para ella.

Para esa época, también Harvard tenía una pequeña adaptación para responder a las peticiones de mujeres que querían estudiar, el anexo, dónde podían estudiar aunque sin recibir el reconocimiento oficial de tener estudios en Harvard, y no hablemos ya de tener las mismas oportunidades que un hombre. Sin embargo, entre el profesorado de la señora Whiton Calkins comenzó a surgir la petición de que ella fuera aceptada en un programa de doctorado como tal. Uno de sus valedores fue un tal William James. Pero Harvard lo más que aceptó fue que acudiera como oyente, similar a lo que le pasó a Ladd Franklin en Hopkins.

William James. Un adelantado a su tiempo también, y que como dijo cierto profesor de cierto módulo del máster en el que estoy "un tío que parece que todo lo que conocemos lo dijo antes". Por adelantarse, se adelantó hasta en el apoyo del acceso de una mujer al doctorado.

Ya con su laboratorio montado en Wellesley, la llegada de Hugo Münsterberg a Harvad la incitó de nuevo a volver a esta universidad, y de nuevo fue como oyente, nada oficial, al ser la mujer inferior. Lo curioso es que el propio Münsterberg solicitó que se le concediera la opción de optar al título de doctora, pero la universidad se lo denegó tajantemente. Era un absurdo que una mujer pudiera ser doctora en psicología.

Münsterberg, figura de la época. No se, supongo que a efecto prácticos, su llegada a Harvard debió ser como la llegada de Javier Tirapu al máster de Córdoba. Todos deseando ser alumnos suyos.

En secreto, un tribunal entre los que estaban Wiliam James o el propio Münsterberg evaluó su tesis doctoral y aprobó la misma. Aún así, pese a las peticiones reiteradas, ese título no le fue concedido. Whiton Calkins nunca sería doctora. Su carrera continuó, e incluso llegó a ser presidenta de la APA (1905), conforme avanzaba el reconocimiento de que una mujer podía perfectamente investigar y ser psicóloga. Hizo avances como una técnica experimental que a todos nos suena, la de pares asociados. Pero Harvard la dejó morir sin reconocer su doctorado. Fue, en 1963 cuando se le reconoció dicho título. Póstumo. Una vergüenza.

La falsa medida de la mujer

Habría que preguntarse por qué ocurrían estas cosas. Echando la vista hacia atrás, la mujer era considerada un ser inferior a nivel intelectual y era algo más que extendido y "científicamente" demostrado. Un ejemplo lo tenemos en una de las obras más importantes para la humanidad, como es el origen de las especies, de Charles Darwin: 

"La diferencia principal en la capacidad intelectual de los dos sexos queda demostrada en los logros que los hombres alcanzan en cualquier cosa que realicen, de mayor nivel de lo que puedan hacerlo las mujeres – da igual que se necesite un pensamiento profundo, la razón, o la imaginación, o simplemente el uso de los sentidos y las manos… el promedio de inteligencia en el hombre debe estar por encima del de la mujer…"


Es complicado de entender desde nuestro prisma actual. Hoy en día, las ideas sobre la mujer de Darwin sería tachadas de misóginas, sexistas y de poco lógicas. En su época, eran la idea imperante. Tal vez no se le pueda juzgar desde nuestro punto de vista actual, pero si decir con claridad, que en ese punto, se equivocaba.


Y ahí sale el término, inteligencia. Nuestro cerebro siempre busca clasificar y organizar el mundo de manera que la toma de decisiones siempre pueda ser lo más automática posible. Asistimos durante los últimos dos siglos a un importante interés por tratar de matematizar la realidad y matematizar a la persona, en cierto modo, para tener una clasificación que nos permitiera encontrar a personas más válidas o menos (los famosos test Alpha Beta del ejercito). Y en este contexto, el término inteligencia o el cociente intelectual, fue una de las maneras de hacerlo.

Por desgracia, este tipo de términos mal usados (y esa es la clave) pueden desembocar en este tipo de injusticias históricas. Whiton Calkins cuestionó claramente esa idea de inteligencia inferior de esas mujeres, no solo con sus actos ( y vida), sino considerando que el propio ambiente, la educación y otros factores culturales hacían casi imposible diferenciar una inteligencia inferior por parte de la mujer. Sin embargo, con un fundamento que se consideraba sólido, científico y ampliamente demostrado, la mujer se consideró inferior, y las instituciones negaron su acceso a estudios, a la investigación y a prácticamente toda la vida cultural, hasta hace bien poco. Y aún sigue habiendo restos de ese tipo de prejuicios. Aún también se siguen esgrimiendo ciertos conceptos de manera categórica y puramente cuantitativa para tomar ciertas decisiones. 

Baste con ver como en esa época, era normal y aceptada esta discriminación a las mujeres, como para pensarnos que tal vez cosas que consideramos normales y aceptadas científicamente a día de hoy, tal vez mañana no lo sean. Supongo que en neuropsicología, este tipo de cosas deberían tenerse muy presentes, por lo poco que sabemos del cerebro hoy en día. No está la cosa para ser categóricos. No está la cosa para pensar que sólo hay una forma de hacer las cosas.

PD: Y así, el doctorado de mi amiga cobra aún más relevancia, no solo por lo impresionante de su tesis, por el reconocimiento de sus directores y compañeros, sino también porque es muestra de un logro importante para las mujeres, que costó mucho conquistar. Es la heredera de Ladd Franklin, de Whiton Calkins y de otras muchas mujeres que lucharon por poder acceder al mundo científico. Solo queda darle la enhorabuena.

PD2: Creo que Natividad Sánchez contaría mejor esta historia, me he dejado a otras grandes mujeres como Margaret Floy Washburn, o la historia de María Skłodowska (Curie para el gran público). Creo que no debemos olvidar ese tipo de injusticias pasadas, ya que tal vez nos ayuden a ver las que están ocurriendo hoy en día.

PD3: Estoy liado con la "falsa medida del hombre" de Jay Gould, supongo que voy a atizarle unos cuantos días a eso de la inteligencia... o no...

PD4: Tómese también como pequeño homenaje al departamento de psicología experimental de la universidad de Sevilla, y de manera concreta al LAB&N de la facultad de psicología. Van de éxito en éxito. Aquí los tenéis:

Algunos de los personajes de esta historia, están en esta foto

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